lunes, 1 de febrero de 2010

ASÍ DE BIEN, ASÍ DE RÁPIDO

Martina se movía incómoda, tratando de esconderse completamente debajo de la sombrilla. El sol y la brisa la coqueteaban de manera efusiva, pero su memoria la chantajeaba con aquel color de piel rojo crustáceo que la atacaría en unas horas, cada año la misma huevada. Un par de cervezas para ella y una orgía marina para sus amigas, "para colmo soy alérgica" pensaba.

No podía ni leer tranquila por tanto alboroto así que optó por ponerse el libro encima de la cara y darle paso al sueño. Ahí fue cuando pasó Roberto (se abstiene de descripciones porque no vienen al caso). Iba corriendo en busca de algo cuando tropezó y cayó delante de ella. Él se enamoró, ella no dudo en quitarle los pies de la cara.

No recuerda ni cómo pasó, su memoria no refrigera expectativas más altas que las de nivel 3 (considerando el 2 como un "no me cancelará" y el 4 como un "amanecerá nublado y no tendré que ir a la playa"), pero ella terminó sentada junto a él, dándole el número de celular correcto y recibiendo en la boca un cucharón de arroz con mariscos, por abajo cruzaba los dedos. Así fue como Roberto no dejó de llamarla los siguientes 5 días y Martina trató de despertarse con cada llamada en contra de todos los antibióticos que la drogaban, lo importante es que parecían sacarle las ronchas y devolverle el color, "¿En qué carajos me he metido?", pensaba.

El siguiente martes por la noche, Roberto la esperaba en la puerta de su casa, le abrió la puerta del carro, le recordó ponerse el cinturón, le prendió un cigarrillo, la llevó al cumpleaños de su mejor amigo, la sacó a bailar, trató de seguirle los pasos, se rió de sus chistes y le avisaba de cada escalón que se cruzaba en el camino para que no se tropiece (Martina había ido con tacos y estaba más zurda que de costumbre).

Lo importante es que pasó la prueba, todos los amigos de Roberto estaban encantados con ella y dada la hora de dejarla en casa, Roberto y Martina ya lo sabían. Roberto ofreció la suya y ella aceptó confiada. Lo hicieron 1, 2, 3, 4 veces. La paranoia comenzó a atacar, por suerte, cuando él ya dormía. "¿Esto realmente está pasando?", pensaba.

Pasaron un par de horas y se despertó con Roberto y el desayuno a sus pies. Él los acariciaba mientras ella comía. Se perdieron un par de horas entre las historias de algunas cicatrices, el significado de algunos sueños y comentarios sueltos que por más estúpidos que eran, a Martina le parecían todo un descubrimiento, pero ya era tiempo de ir a casa y ahora la ansiedad los tenía fumando.

La acompañó hasta la puerta y Martina tiró sus miedos junto a la colilla del cigarro. "Me gustas. Así de bien, así de rápido" Entonces Roberto se agacha, apoya su peso en una rodilla y mirando los pies de Martina, dice: "Ustedes también. Así de bien, así de rápido". Martina no lo dejó besarlos, pero sí lo dejó. Basta de fetichismos.

La idea original era muy distinta...

N ha venido a llevarme de los pies y me ha sentado junto a su cama, justo en el espacio más cómodo. Con sus manos frías puedo sentir como mis piernas irrigan plegarias de salvación, así puedo sumergirme en eso por horas y sobretodo, puedo levantarme de muy buen humor. Me ha acostumbrado a un vista óptima para mi insomnio, como un libro de sudoku y crucigramas para el viajecito en bus de 8 horas. Es así como mis noches se humedecen entre mares de tinta que forman más preguntas con las que puedo jugar. Las recorro inquisitivamente hasta el momento en el que abre los ojos y ahí, siempre considerada, yo cierro los míos. Así comienza otro día, siempre por los pies, a mis pies. Y cada vez que lo hace, por el norte, mi cerebro empuja un poco más de L afuera. Sigue así que no quiero dejar de escribir.

Entonces ahora sí puedo terminar con Mario Benedetti:

"La mujer que tiene los pies hermosos
nunca podrá ser fea
mansa suele subirle la belleza
por los tobillos, pantorillas y muslos
demorarse en el pubis
que siempre ha estado más allá de todo canon
rodear el ombligo como uno de esos timbres
que si se les presiona tocan "Para Elisa",
reivindicar los lúbricos pezones a la espera,
entreabrir los labios sin pronunciar saliva
y dejarse querer por los ojos espejo.

La mujer que tiene los pies hermosos
sabe vagabundear por la tristeza."