domingo, 4 de diciembre de 2011

Chau, pues.

A las 12:15 a.m., entra al bar de todos los fines de semana. Caras conocidas que tal vez nunca saludó, pero que más de una vez compartieron un vaso de cerveza con ella, comienzan a asfixiarla. Piensa en lo que podría pasar esa noche, en las historias que podría llegar a escribir mientras busca desesperadamente al protagonista entre sorbo y sorbo. La luz ayuda: leve, roja, amarilla, cautelosa. Juega con su cabello mientras investiga tatuajes ajenos, analiza miradas y se enamora unas 3 veces por segundo. Concluye que nuevamente, todos tendrán que beber un poco más para comenzar a soltar su verdadera escencia.

Cuando ya había olvidado acomodar su cabello hacia la derecha, aparece un chico de gestos confundidos. Entra al bar con un grupo de amigos a los que parece no gustarles. Él la encuentra, se reconocen y se le marca cierta decisión en la cara, pero la presión de grupo marca su salida y ella no prefiere otra historia que no sea la siguiente.

Hace 3 años, estaban completamente desnudos en un cuarto de hotel.

Él vivía enamorado de su locura, trastorno que compartían, pero que a diferencia de ella, reprimía. Así fue como optó por los aplausos que se generan al colarse de un perfecto prototipo de esposa, barato ejemplo de realidad.

Esa noche era su despedida, momento de sacarse la espina. Ella lo iba a dejar irse con todas sus mierdas, cuando en el fondo sabía que en ese momento, la mierda más grande, era ella.

Mientras se servía un vaso de ron, recordaba su primera salida y reía. Lo quería tanto que teniendo la oportunidad de hacerle el amor más de una vez, no pudo tocarlo jamás. Sí pues, era un amor cojudo. Con esos pequeños detalles como alegrarse cuando ganaba su equipo de futbol favorito, aún cuando ella jamás había visto un partido entero en su vida. Con grandes detalles como en ver en él a su poeta favorito y sentirse su musa cada vez que la corrompía con un par de palabras, tanto como para quebrar su orgullo.

Hicieron el amor por horas, con todo el miedo y la adrenalina de no dañar expectativas. Pasó todo lo contrario.

Se quedaron dormidos por un rato hasta que la ansiedad la despertó. Él ya no estaba a su costado. Trató de mirar sin abrir mucho los ojos y lo encontró fumando un cigarrillo junto a la ventana. Estaba hablando solo mientras la luz ténue de la madrugada se reflejaba en su rostro.

Ella le tomó una foto mental al perfil desnudo del hombre que amaba mientras se despedía en silencio. Luego llegó a escuchar lo que él decía, mientras la miraba y ella automáticamente cerraba los ojos. "Yo también me quedaré con este momento", dijo.