"...
Se quedó silencioso, pegado al marco de la puerta y desde allí observó cómo el hombre, con los dientes apretados, gritaba y gemía. Entonces decidió acercarse y lamerlo con ternura, como era su deber.
El hombre levantó la cabeza y vio aquel rabo movedizo, aquel cargoso que venía a compadecerlo, aquel testigo. Todavía Fido jadeó satisfecho, mostrando la lengua húmeda y oscura. Después se acabó.
Era viejo,
era fiel,
era confiado.
Tres pobres razones que le impidieron asombrarse cuando el puntapié le reventó el hocico."
Entonces el Rey me dice: "¿Ves? cuida esa boquita desde ahora."
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